Me subí al taxi en la tumultuosa Avenida Santa Fe -muy bien puesto el nombre- con la esperanza de llegar rápido al consulado. La oficina del consulado queda en un lugar muy coqueto de Buenos Aires y sus empleados trabajan con una eficiencia gubernamental que suele escasear en su país. Mientras miraba la foto tamaño carnet, de 2x4, fondo blanco, semi-perfil, me sorprendí a mi mismo sonriéndole a la cámara. Era una foto de documento, así que digamos que no sobresalía una sonrisa tipo Susana Gimenez, era quizás una sonrisa más discreta, más monalizesca.
Me quedé con el pequeño papelito en mis manos adivinando más detalles, cuando el taxista dijo sin preguntar: Esto es un quilombo!!, ¿Vos de donde sos?. Me sorprendieron ambas cuestiones, la palabra quilombo no había llegado aun a mi incipiente vocabulario porteño, que aun trataba de asimilar "birome", "setiembre" y "revisación". -¿Quilombo?, pregunté tímidamente pero con una firmeza tal como disimulando mi ignorancia. -Si, tremendo bolonqui!. Dijo sumando su apuesta y reiterando un desafiante "¿vos no sos de acá, no?".
Si hay algo que trato de evitar en cada ciudad que conozco es parecer un turista ingenuo frente a estos antropólogos que suelen ser los taxistas. Pero al final hay que saber cuando rendirse. -Soy de Colombia, le dije, colombiano, agregué como si hiciera falta.
¿Y que hacés acá?,
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